Cuando la Tecnología Doméstica Se Convierte en Testigo
En un futuro que no está nada lejos, el testigo clave de un asesinato podría no ser el vecino de enfrente, sino algo mucho más inesperado. Estamos hablando de la Alexa que tienes en el salón, el termostato inteligente del dormitorio, o incluso esa nevera que está conectada a internet.
¿Qué pasa aquí? Pues que el Internet de las Cosas (IoT) ha creado un ecosistema entero de sensores pasivos que, sin que nos demos cuenta, se están convirtiendo en los peritos criminalísticos más detallados y presentes en todas partes.
El Gran Salto: De las Pruebas Físicas a la «Línea de Tiempo Ambiental»
La criminalística de toda la vida se enfoca en las pruebas físicas y en los dispositivos digitales más comunes, como los teléfonos móviles y las computadoras. Pero la criminalística del IoT va mucho más allá: amplía el espectro a decenas de gadgets interconectados.
Todos estos dispositivos registran constantemente datos ambientales como lo son sonidos, movimientos, temperaturas, la hora exacta, y con todo eso, crean una especie de «línea de tiempo ambiental» del delito. Es como si el ambiente mismo estuviera grabando lo que pasa.
Y aquí es donde la cosa se pone seria y técnica. Analicemos cómo se arma este rompecabezas:
Pongamos un ejemplo, una víctima es encontrada en su casa. Su pulsera fitness registró que dejó de haber ritmo cardíaco a las 3:05 de la madrugada. Pero espera, hay más: a las 3:07 a.m., las luces inteligentes del salón se encendieron solas por la detección de movimiento (porque estaban configuradas así). Y para rematar, a las 3:10 a.m., la cámara de vigilancia de la puerta se desconectó de la red WiFi. Cuando cruzas todos estos datos, la policía puede situar el suceso en una ventana temporal súper precisa y hasta sugerir la ruta que siguió el agresor.
Ahora viene el dolor de cabeza: ¿Cómo aseguramos una escena del crimen que tiene 30 dispositivos IoT conectados? La regla número uno y la más crítica es aislar la red WiFi de inmediato para evitar que alguien manipule la evidencia a distancia o que se sobrescriban los datos. Además, la pericia ya no es la misma: requiere conocimientos específicos sobre protocolos de comunicación que son totalmente diferentes a los tradicionales, como Zigbee o Z-Wave.
Por último, pero no menos importante, se encuentra la validez probatoria en el juicio. Por supuesto, la defensa va a intentar tirar la prueba. Podrían argumentar que los datos de un simple sensor de sueño no son fiables. Aquí es donde el perito tiene que lucirse, su labor es demostrar, con pelos y señales, la calibración, el perfecto funcionamiento y la integridad total de los datos extraídos de ese dispositivo. Esto está asentando precedentes judiciales fascinantes.
Con todos estos nuevos recursos, el famoso crimen perfecto es cada vez más improbable que exista. La misma tecnología que nos hace la vida comodísima está tejiendo a nuestro alrededor una red de testigos digitales silenciosos.
Así que, los criminalistas del siglo XXI, más que otra cosa, tienen que ser expertos en ecosistemas digitales. La pregunta que se hacen ahora ya no es solo «¿quién lo hizo?», sino más bien «¿qué dispositivos lo vieron todo?».
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